PRENSA DESDE 2017

















Soy invitada a escribir acerca de una obra que me genere fanatismo. Luego de repasar listas nerds y épocas varias, opto por un descubrimiento que hable de mi presente. El año pasado me decidí por fin a ver Sátántangó de Béla Tarr. Un amigo me la grabó en un pen drive años atrás y hasta ahora no había tenido el valor. Es que ver Sátántangó primero requiere tiempo (dura siete horas y doce minutos, y está divida en siete partes). Luego, paciencia. Ambas cosas de las que nuestras vidas actuales generalmente carecen. Y no es una serie, no. Es una única y épica película, filmada en blanco y negro en una granja abandonada de una gris y lluviosa Hungría. 
Este proyecto también se vuelve posible gracias a la novedad del amor. Mi novio y yo decidimos ir a por ella en nuestros primeros meses de convivencia. El amor que es cómplice de los proyectos épicos. También: el amor por el cine que tiene que haber implicado hacer esta película. Y la dedicación que implica sentarse a verla. Amor y dedicación vs. entretenimiento. Todas cosas de las que también soy fan. Es nuestro primer invierno juntos, y lo usamos para meternos adentro de las casas grises de estos personajes olvidados por el mundo, que transitan días de conspiraciones confusas, dinero escondido, infidelidades, borracheras indispensables para el clima, caminatas por el barro y lluvia, mucha lluvia. 
¿Pero qué sería meterse adentro de Sátántangó? Entrar en una dimensión del espacio-tiempo donde más allá de cada cosa que sucede, asistimos al irremediable suceder de cada cosa. Las cosas pasan y una vez que suceden no tienen remedio. No se puede volver atrás. De eso va el tiempo. Cada día es una fatalidad. Esa maldita consciencia del tiempo que se escapa a cada instante, eso para mí es Béla Tarr. Un director que te obliga a entrar en la trama del tiempo, que nada tiene de parecido a entrar en la trama de los cuentitos. Como si los cuentitos fueran la cháchara que nos inventamos para llenar eso que nos excede y atraviesa: el tiempo. 
Pasa que en este tipo de películas uno además tiene tiempo de pensar, de ir a la deriva. Y mientras observas la caminata de dos personajes tomados desde atrás con un viento que hace volar la basura alrededor de ellos, sin que nadie te ahorre lo que en la vida se tarda en llegar desde la ciudad al bar del pueblo (el tedio del entre), vos tenés tiempo de reflexionar sobre tu vida, de dormirte y soñar un poco, de despertarte, de tomar una decisión importante, de apuntar alguna idea para la obra que estás ensayando. 
Este tipo de películas te permiten existir mientras las estás viendo. O más bien, ser consciente de que estás existiendo mientras las ves. Se suele asociar esta experiencia al aburrimiento. Yo creo que este “aburrimiento” es el que nos da la oportunidad afortunada de percibir el vacío de las cosas. No hay iluminación sin vacío y Béla nos lo da a montones. Nos pide comprometernos con el ahora y quedarnos ahí, percibiendo sus minutos, sus segundos, sus instantes. Y viendo cómo esos actores, de temples encarnados en el paisaje que habitan (actores-paisaje), se intricaron adentro de la experiencia. Estando ahí, transitando la duración que ellos vivieron filmando y nosotros re-vivimos al verlos. Esa intimidad de saber que somos testigos de ese momento que duró un tiempo preciso y que no editó nadie. 
Las tomas larguísimas de Tarr, en las que todos tuvieron que estar ahí comprometidos (adentro y fuera de escena), nos habilitan una forma de compartir juntos el tiempo, más allá del desfasaje. Compartir juntos el tiempo, eso que cada vez parece más difícil. Una niña camina bajo la lluvia sosteniendo a su gato muerto, al que envenenó al igual que ella. ¿Elige un lugar para morir? ¿Es esta la única decisión que le queda? Una vez que el veneno entra, sólo queda un resto de tiempo para elegir dónde. El Doctor es gordo y respira con dificultad, observa todo lo que sucede desde su ventana y bebe brandy. Escribe notas en su diario. Es un testigo agónico. Al Doctor le cuesta levantarse de la silla, ir al baño, servir el brandy en el vaso. Béla Tarr no nos ahorra ninguno de estos procedimientos. Vamos a estar ahí con él, percibiendo su respiración agitada, el esfuerzo que implica levantarse de la silla o la sensación del alcohol bajando por su garganta. 
En el bar se baila y se baila hasta el amanecer. Una forma de gastar el tiempo. Cuando los borrachos caen al suelo, el músico sigue tocando el acordeón; la música sigue en escena, ocupando el tiempo. El camino que el Doctor tiene que hacer hasta llegar al bar, para conseguir el brandy que se le acabó, es arduo. En una película normal lo veríamos salir de su casa y por corte lo veríamos entrando al bar. Aquí, vamos a vivir la experiencia trabajosa de ese cuerpo que es capaz de un gran sacrificio para poder seguir subsistiendo borracho el poco tiempo que le queda. La realidad como la ve Tarr, como nos la hace ver; con su inutilidad, confusión, aburrimiento y vacío. Un cine sobre la presencia de nuestros cuerpos en el espacio y el tiempo. O sea, sobre la presencia de nuestros cuerpos en el mundo. 
Escuché en una entrevista que a Béla Tarr no le gustan las historias porque las historias pretenden que algo importante está pasando en nuestras vidas, cuando en realidad no está pasando tanto. Simplemente hacemos, hacemos y un día nos morimos. También decía que en sus películas se pregunta cómo estamos gastando nuestro tiempo. 
En esos primeros meses de convivencia con mi novio, aparece un gato en nuestras vidas. Otro proyecto que trae la novedad del amor. No era fan de los gatos, porque nadie me había mostrado lo fascinantes que pueden llegar a ser. Así como Béla me mostró lo fascinante que puede ser caminar a la deriva por un camino con  lluvia. A fuerza de escuchar ese nombre una y otra vez, a nuestro gato lo bautizamos como al personaje principal de la película; Irimiás. En la película, Irimiás regresa a la granja cuando todos lo creían muerto y desajusta todos los planes. Nosotros rescatamos a Irimiás del abandono y lo dejamos que desajuste los nuestros. Sátántángo, por su parte, nos pide que nos detengamos, que nos quedemos ahí, que no avancemos en nuestros planes. O más bien, que observemos con fascinación cómo el tiempo opera caprichosamente con ellos.


Victoria Roland es actriz y docente de actuación. En el 2018 estrenó como directora La plaza de los ponys salvajes, basada en el libro Captcha de la poeta Noe Vera, dentro del ciclo Pequeña Voz: Miniaturas Teatrales, en Teatro Timbre 4. Actualmente se encuentra ensayando su próxima producción junto al director Juan Coulasso, Una obra más real que la del mundo, a estrenarse en el 2019. El mundo es más fuerte que yo es su última producción como actriz y coautora. Realizada junto a Juan y Matías Coulasso –director y músico, respectivamente–, este año fue su segunda temporada. Su última función, dentro del marco del Programa de Promoción Cultural en los Barrios, se podrá ver el sábado 10, en Roseti, Roseti 722, a las 18.30. Gratis. Las entradas se reservan a través de Alternativa Teatral.


Paralizándome jamás podré esperarte
“Hay obras sobre las cuales no se puede escribir. Hay que vivirlas, presenciarlas”. Este tipo de frases suele ser un subterfugio que utilizamos los críticos cuando queremos decir que una obra es muy buena, pero sin decir “esta obra es muy buena” porque queda mal y es poco poético. Personalmente, cada vez que leo esa frase, o alguna de sus diversas paráfrasis, pienso lo siguiente: si no podés escribir sobre algo, entonces, no escribas, no sigas con la nota porque ya, todo lo que se diga luego, poco sentido tiene. Pero si, a pesar de semejante afirmación, se sigue escribiendo, puede ser por alguno de estos dos motivos: o se quiere desautorizar el propio trabajo por algún mecanismo enunciativo o bien uno cree que escribe tan bien que “no se puede decir nada de esta obra, pero yo voy a poder” o, en una de sus versiones más humildes, por lo menos “lo voy a intentar”.
La cuestión es que cuando salí de ver (por segunda vez) El mundo es más fuerte que yo pensé: ¿qué puedo escribir sobre esta obra que le haga algo de justicia? (sí, creo que mi paráfrasis es más linda que la de otros) y, más que eso, nada hay que escriba de esta obra que pueda transmitir al lector lo que formar parte de ese campo de batalla te hace sentir/pensar (que, para mí, son lo mismo) mientras estás ahí. De modo que me gustaría admitir el doble desafío. Por un lado, me asumo absolutamente torpe en este caso: no me es posible realmente escribir, como me gustaría, con la misma potencia que tiene la obra; pero, por otro, debo acariciar mi ego y decirle que, con todo, la empresa todavía es posible.
La cosa es que ahora, y como varios de mis demás colegas en otros textos voy a escribir: nada puedo decir de esta obra que le haga algo de justicia y, traicionándome, voy a seguir escribiendo. Lo hermoso que tiene la escritura es que puedo decir una cosa y, sin ningún inconveniente, la frase siguiente puede negar la primera. Puedo escribir y negar mi escritura. Pero, en este caso, y sólo en este caso, además, me lo permito especialmente porque la propia obra hace teatro y niega el teatro al mismo tiempo. Entonces, puedo empezar a escribir con la conciencia tranquila. Y creo que así puedo justificar la muletilla barata de la profesión.























Destruyendo mitos
¿Creíste que yo era un dios? No soy un dios, pero si es necesario puedo actuar como si lo fuera.
Las sillas en las que deberíamos sentarnos para ver la obra están desparramadas por el piso del escenario. Hay un decorado, un desorden caótico que estaba preparado cuando entramos en la sala. Entre el desconcierto, nos indican que somos nosotros los que debemos organizar las sillas sobre las gradas para sentarnos allí. Las sillas salen de la escena para acomodarse en el espacio tradicionalmente reservado al público. Mientras tanto, se acomoda la batería y el baterista, se levanta un micrófono, la “asistente” está en plenas funciones. Ella, la actriz, está sentada, mira tranquila todo lo que sucede a su alrededor y nos mira a nosotros. La luz parpadea a un ritmo lento. Juan (el director) se escucha: sus indicaciones de ensayos, sus elucubraciones sobre el proceso. Juan (el actor director) se ve, está ahí, en la escena. No es un personaje, es Juan, en su rol de director, o es Juan haciendo de Juan, en su rol de director, o es el director actuando, haciendo de Juan, lo cual lo convierte en un actor, haciendo de un director que actúa, que es Juan.
“La convención tiene que traicionarse a sí misma”. La actriz nos habla a nosotros, nos dice que el escenario es un campo de batalla, que ahí mismo se da inicio a la representación, a la guerra entre realidad y ficción, entre espectadores y “artistas”, entre lo que es y lo que no es. No puede garantizar nada, dice. Y en un monólogo en el cual su cuerpo se entrelaza con el del micrófono y con el de la asistente, nos cuenta todo lo que va a pasar: que va a mostrar el culo, que la batería va a sonar increíblemente fuerte, que nos van a drogar, que va a haber un sacrificio. Pero, antes de todo, los que no quieran arriesgarse son invitados amablemente a retirarse antes de que empiece la función. En medio del silencio sepulcral en el que se hunden los espectadores luego de semejante pregunta, explota la batería, explotan las luces y la actriz se sumerge en una explosión de yoes en la cual se disuelve y se pierde: la bella la madama la puta la bestia la frígida la inútil la fea la pelirroja la niña la hija la violenta la cruel la madre la feminista la machista la hermana la enferma…Si no actúo, no existo. Soy una actriz, soy un monstruo. Una actriz que, como Ifigenia, representa un sacrificio, es un sacrificio y, al mismo tiempo, una salvación.
No estás loca, sos actriz. Luego de este episodio catártico, el director carga a la actriz, se la lleva a un costado, le pone una especie de chaleco de fuerza que es, a la vez, un atuendo de diosa trash, un traje de tortura de la Edad Media. No estás loca, sos actriz. Y otra vez la batería. Y, otra vez, los espectadores deben moverse para que la actriz pase hacia atrás nuestro. La luz azul ahora baña la escena y a ella pidiendo a gritos: bailen, bailen, bailen, bailen, corran, corran, corran, corran.
Mientras la escucho, totalmente eclipsada por su voz y por su boca roja me pregunto: ¿me lo está pidiendo a mí? ¿Tengo que bailar? ¿Puedo mandarme a bailar ahí en el medio, tengo que salir corriendo? ¿Me habla a mí, espectador, realmente? No, me respondo para volver a la tranquilidad de la convención, está actuando. No me está pidiendo a  nada. Solo espera que mire, yo no soy actriz, soy una persona común.














Pero a cada segundo estaré más cerca
Y, sin embargo, sucede algo que no suele pasar. La persona común, aquélla que desea seguir siendo común, uno más entre los espectadores, tiene la posibilidad ahora de mirar la ficción desde adentro. Y ellos tienen el poder de meter al espectador dentro de la ficción porque, después de todo, allí dentro, somos ovejas obedientes. La actriz aclara para calmar temores: es casi igual que lo que estás haciendo ahora, pero adentro. Y luego cuenta su drama: hago que viví lo que los otros vivieron y se lo hago ver.
No solo tuvimos que acomodar nuestras sillas, no solo vimos a un director que también quiso estar adentro de la escena, no solo fuimos interpelados de manera directa con la mirada y con dudosos imperativos por la actriz, no solo observamos una “asistente” que se manda una performance alucinante mientras sucede un terremoto, ahora, además, uno de nosotros está ahí inter-actuando con la diosa, la actriz, el monstruo.

Y mientras escucho sus respuestas, vuelvo a pensar que, aún inmersos en todas estas dudas, todavía los espectadores nos comportamos como corresponde que un espectador se comporte. Y a manera de sana venganza por mi propia imposibilidad de actuar diferente pienso fugazmente que ellos, la actriz, el director, el músico, la asistente, deben estar preparados por si alguna vez algún espectador/actor se pone a correr, a bailar, a cantar con ustedes en el espacio escénico. Que estén preparados porque va a ser allí dónde y cuándo el teatro, en su forma tradicional, realmente empiece a disolverse. Y la responsabilidad va a ser toda suya, la de haber sacrificado al teatro para salvarlo.
El mundo es más fuerte que yo es una ficción tan potente y es tan poca ficción, es tan real y tan ilusoria que debemos escapar del teatro. Y con una sutil ironía, y para que la incertidumbre sobre qué fue lo que vivimos allí adentro todavía se mantenga, nos niegan el aplauso. A nosotros, los espectadores, que lo único que podemos hacer efectivamente en una obra es aplaudir.
Y ya afuera del teatro, de ese espacio sagrado, de vuelta a la realidad, mirando la cara del resto del público de esa noche que, silencioso y desconcertado, no sabe si quedarse, irse o volver a entrar, pienso: ¿qué puedo escribir sobre esta obra que le haga algo de justicia? Solo esto: ya no tiene sentido bienvenir a la función. Queridos espectadores, bienvenidos al ritual.



Comentario sobre EL MUNDO ES MÁS FUERTE QUE YO por Mónica Beatriz Frangi para AFEN (Agencia Federal de Noticias)







TEATRO: EL MUNDO ES MÁS FUERTE QUE YO










Una magistral puesta en escena, una novedosa obra de teatro, una apuesta de calidad e innovadora dentro del circuito de teatro off.
El pasado sábado 6 de octubre a las 18.30 hs., en el legendario barrio de Chacarita, el “Espacio Cultural Roseti” (Roseti 722) abrió sus puertas por seis únicas funciones presentando la obra “El Mundo es más fuerte que yo”. Una propuesta audaz, diferente e impactante que estará en cartel hasta los dos primeros sábados de noviembre.
Sin telones que se abren y se cierran, logran que escenografía, vestuario, luces, sonido e intérpretes se fundan en un todo produciendo la ruptura de “la cuarta pared”, esa conexión cómplice y participativa y a la vez distendida entre los actores y los espectadores.
Doble rol cumplen Juan Coulasso y Victoria Roland, ambos autores del texto, el primero a cargo también de la dirección, mientras que Victoria es la actriz que magníficamente encarna a Ifgenia y Aulide, personajes que fluctúan entre lo real y lo imaginario.
Al eficaz acompañamiento de Flor Sánchez Elia como asistente en vivo y Matías Coulasso (eximio baterista), se sumaron los efectos sonoros en la escena del terremoto, transportando al espectador al punto de máxima tensión.
Un final original e imprevisible es el corolario ideal para que esta obra sea altamente recomendable.
“El Mundo es más fuerte que yo” participó como obra invitada en la Bienal de Arte Joven Buenos Aires 2017 y seleccionada para participar del 13* Festival Internacional Bahía Teatro 2018.
Texto: Victoria Roland y Juan Coulasso.
Dirección: Juan Coulasso.
Actriz: Victoria Roland.
Asistente en vivo: Flor Sanchez Elia.
Batería en vivo: Matías Coulasso



Comentario de Azucena Ester Joffe y María de los Ángeles Sanz a cerca de EL MUNDO ES MÁS FUERTE QUE YO para el Blog LUNATEATRAL2










El mundo es más fuerte que yo de Juan Coulasso y Victoria Roland


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El mundo es más fuerte que yo de Juan Coulasso y Victoria Roland
Nada es tan real como la ficción…nada precisa tanto de la ficción para tener sentido como la propia realidad. (Roman Polanski)
                      Azucena Ester Joffe, María de los Ángeles Sanz

La convención nos dice que el teatro es ficción, pero en el instante que la representación ocurre es un tiempo real, que comparte el escenario y la platea, y formará parte de ambos en la historia de sus vidas. Relatos, estamos construidos por relatos, nuestra subjetividad es una suma de historias que se condensan en una sola línea de tiempo nuestra vida. El teatro y la verdad, lo real y el teatro, la ficción. Para construir una nueva manera de pensar el teatro lo primero es deconstruir la tradición que le dio origen, de la tragedia al drama moderno, la ruptura de todos los procedimientos que la convención teatral nos propone son derribados por la puesta del grupo que utiliza la performance para dar cuenta de los entretelones del trabajo teatral. El concepto de personaje, la escenografía destartalada aunque guardando el recuerdo del espacio living, la relación con el espectador, la música que impide escuchar los diálogos en vez de servirle de marco, o resaltar su semántica, el vestuario, la localización de actores, director y público, hacen que toda la propuesta contenga una fuerza diferente, no carente de humor, que propone un trabajo de reflexión sobre lo real concreto y la ficción y sobre el rol que juega el teatro como disciplina artística en la representación de la realidad cotidiana, por ejemplo, una reunión de ensayo, o una experiencia sísmica al otro lado de la cordillera. El realismo y su afán de reflejar un referente que lo excede, es puesto de cabeza por el trabajo actoral y por una temporalidad que destruye todo orden y la supuesta lógica que se requiere. Desde la entrada hacia una escena donde la preparación de la misma cuenta con la participación de todos, hasta el monólogo de la actriz / personaje, que cruza su verdad profesional con la verdad literaria de las mujeres que interpreta, Ifigenia o la mujer que sufre un desastre natural, su propuesta apela a la empatía de un espectador que sigue el curso de las palabras y se involucra, ¿se involucra? La duda siempre está presente en torno a lo que sucede delante de nuestros ojos. Desde un teatro en los márgenes del centro del campo, Chacarita, la necesaria interrogación sobre el metier, sobre lo que los artistas se proponen, lo que el espectador espera encontrar en la propuesta, y aquello que los críticos, con nuestro propio parámetro analizamos, es puesta en abismo, desde interrogantes que no hayan respuesta, sino por el contrario que proponen nuevas preguntas, para ingresar en el campo teatral un aire de búsqueda sin certezas sobre las cuestiones que siempre nos atraviesan.


El mundo es más fuerte que yo es provocativamente una experiencia distinta y atrapante que, quizá, puede incomodar al espectador desprevenido. Una performance perturbadora, donde el perfecto encastre entre la iluminación, la música -la bateria y la caja- y los sonidos, acordes a la situación escénica, nos atraviesa con un ritmo sostenido y arrollador. Imposible no destacar a Victoria Roland, quien no construye personajes sino acontecimientos difíciles de controlar dentro de esa impronta que nos coloca en el inexplicable límite de las categorías preestablecidas. Un acto creativo que nos cuestiona y nos sacude desde su inicio, por lo tanto necesario ante tanto teatro pochoclero.

Ficha técnica: El mundo es más fuerte que yo de Juan Coulasso y Victoria Roland. Según el reverso del programa de mano: “Victoria Roland actúa la presentación… Matias Coulasso actúa de baterista… Flor Sánchez Elia actúa de asistente en vivo… Nadia Lozano y Marina Ollari son las asistentes de dirección reales. Además Nadia hizo el video y los trailers. Bárbara Togandera asesoró artística y musicalmente… Carmen Pereiro Numer asesoró coreograficamente… Endi Ruiz realizó la dirección de arte… Nora Lezano sacó las fotos… Matías Sendón diseño la luz… Juan Coulasso estará dirigiendo esto hasta el final pero la obra no es ni será nunca de nadie.” Rosetti Espacio Cultural. Duración: 80’. Funciones: sábados 18.30 hs.



Comentario de Daniel Gaguine acerca de EL MUNDO ES MÁS FUERTE QUE YO para el Blog Elcaleidoscopiodelucy





Deconstruir para crear.

Texto: Juan Coulasso y Victoria Roland. Con Victoria Roland, Flor Sanchez Elía, Matias Coulasso y Juan Coulasso. Trailer y video: Nadia Lozano. Músicos y diseño sonoro: Matías Coulasso. Diseño de vestuario y dirección de arte: Endi Ruiz. Diseño de luces: Matías Sendón. Realización de vestuario: Emiliana De Cristofaro y Luisa Vega. Operación de sonido: José Feliciano Ramirez. Fotografía: Nora Lezano. Entrenamiento vocal y asesoramiento musical y artístico: Bárbara Togander. Asesoramiento coreográfico: Carmen Pereiro Numer. Asistencia de dirección: Nadia Lozano y Marina Ollari. Colaboración en dirección: Carmen Pereiro Numer. Dirección: Juan Coulasso.

Roseti Espacio Teatral. Roseti 722. Sábado, 18.30 hs


Un interrogante constante envuelve a “El mundo es más fuerte que yo”. Justamente ahí es donde radica la riqueza de una puesta (¿?) donde nada parece ser real. Más aún cuando el propio programa de mano lo reafirma. La experiencia en la que se sumerge el espectador comienza desde la espera misma para ingresar a la sala.

Será a partir de ese instante donde las reglas preestablecidas darían cuenta del inicio de la obra. ¿Pero es así? ¿O llegamos justo cuando comenzaba….? La curiosidad ya se ha anotado un poroto. De repente, se desata el vendaval. Esos cuatro seres en escena (actriz, asistente, músico y director) se amalgaman como ese hombre líquido de Terminator II para conformar la tan mentada…. ¿“obra de teatro”?. ¿Acaso es necesario ponerle un “rótulo”?



El giro que se propone sobre el hecho teatral es tan inquietante como audaz. La búsqueda de quitar del centro de la escena a aquello que suele ocupar dicho lugar, es loable. Barajar y dar de vuelta para probar otras opciones. Alguno podría decir que “las diferentes significaciones de un texto pueden ser descubiertas descomponiendo la estructura del lenguaje dentro del cual está concebido”.  Y si…Deconstrucción teatral en estado puro.
Veamos. Si Victoria Roland rompe la cuarta pared y habla al público, baila y saca a relucir su “ser actriz”, ¿dónde nos ubicamos nosotros como audiencia? En el lugar más interesante de todos. El de dejarse llevar por el huracán escénico que se vendrá al instante. Batería sonando a pleno, con movimientos coreográficos de variada índole. El sonido como otro personaje más de un “tour de forcé” del que formarán parte Franz Schubert, Ifigenia y el público presente.

Enfundada con vestido verde y zapatos rojos de tacos peligrosos, Victoria Roland será la maestra de ceremonias. Es la Pitonisa de una puesta en la que pone todo sobre el escenario para que se lleve adelante el trance al cual nos ha invitado a participar. Desde CABA hasta la morada de Ifigenia, pasando por Chile y una reunión de amigos donde no todo es lo que se dice que es. La participación del público es fundamental al igual que su ubicación en el escenario para ver lo que ocurre. Flor Sanchez Elía es la “segunda guitarra” que sostiene todo y se da tiempo para dar cuenta de su propia importancia en el armado completo de los acontecimientos. Vestido todo de negro, Juan Coulasso ocupa su rol de director de la obra, entrando y saliendo de la escena, casi como un personaje más. Finalmente, Matias Coulasso es el encargado de los parches de una batería que es pieza fundamental de la puesta y del sonido de la misma.Todos formando parte de ese momento de frenesí precisamente dosificado para que el efecto sea tan particular como personal. 

De más está decir que, desde el instante en que se traspasa la puerta de Roseti, se debe dejar cualquier tipo de idea preconcebida de ver el tan mentado “cuentito” en el marco de una puesta teatral. En tiempos donde abundan obras pasteurizadas ATP con moraleja incluida, este tipo de propuestas rompen con la monotonía del “más de lo mismo” que inunda al teatro porteño. 

Seguramente quien lea estas líneas podrá considerar errática la escritura. Le aseguro que no lo es. En ocasiones, cuesta poner en palabras aquello que se percibe desde un simple asiento en una sala de Chacarita. Aquí, hemos privilegiado plasmar la experiencia en sí. 
Por esto mismo, le pido a quienes estén frente a la PC, celular o notebook, al terminar de leer esta crónica (son dos renglones más), no reprima su curiosidad y reserve la entrada para ir el sábado a Roseti. Podrán apreciar que hay teatro que va más allá del tan mentado -y condicionante- “gusto” y se permita ser partícipe de “lo vivo” en dicho estado. Teatro que vibra, perturba e inquiere. Mejor, imposible. 



Comentario de Walter Romero para  EL MUNDO ES MÁS FUERTE QUE YO 


"El mundo es más fuerte que yo es un ejercicio de deconstrucción total de la escena, del actor, del texto, de la relación entre el espectador y lo que se ve. La escena se arma y desarme, se sale y entra. Es un ejercicio concentrado de dos procedimientos intervenidos: la metalepsis como alteración de la ilusión teatral (si es que alguna vez la hubo: ya los griegos dudaban de que hubiera) y la incrustación de sucesivas parábasis (detenciones de la acción) que interrumpen la representación (también en el hipotético caso en que la hubiera habido o quedara de ella algún esbozo). Todo es una deriva rizomática donde, si en un instante, uno se ha visto dispuesto a encontrar butaca para sentarse, minutos después es compelido a dejar el "teatro" y volver a la urbe aturdido del despojamiento de los tembladerales de representación nunca (pero nunca) tan inestables. Un teatro que refuta la comodidad burguesa, y que ya no se presta entonces a representar (¿eso existió alguna vez?). Un actriz entra y sale de rol, o se mueve en un vaivén que la fantasmiza; el director manipula o se distancia seco, frío o aniñado; la asistente es ayuda, testigo o actante; el baterista acompasa o hace derrapar la emoción o acaso es la fuerza macho, es el Falo que bate siempre sus erectas y atrapantes turbulencias rítmicas; un espectador es invitado a dar "efecto de realidad" y bebe (y se deja beber) por el agujero representacional: es seducido y coquetea con la escena, en el fondo siempre quiso estar ahí, en el ahí del escenario. El teatro como puro juguete de montaje a merced acaso de lo único que queda: los accidentes del lenguaje. La evocación alude a Ifigenia en Aúlide, dicha y representada ya mil veces, como parte de una alucinación sonora y visiva que, desde la Grecia antigua, clama por declamar y ser esas muchas mujeres que la interpretaron. Hay Ifigenia, pero en ella están las muchas mujeres sacrificadas hoy y siempre por gordas, feas, putas, tetonas, hijas, madres, hermanas, perras, mal cogidas, hembras, secas, tortas, reas, guachas, etcétera y así ad infinitum. En una logorrea ejemplar Victoria Roland se sube a una contundente montaña rusa para volverse "motor a desmontar", y regalarnos un bello y necesario "tour de force" parlante. En un galpón de Chacarita, el teatro se desarma. El equipo todo es realmente inmejorable; yo repetiría cual mantra estos nombres: Coulasso/Roland/ Ruiz/Sendón/Lezano/Togander."

Sábados 18.30 hs en Roseti 722- Buenos Aires.
Capital Federal - Buenos Aires - Argentina.


Comentario de Anibal Villa Segura a propósito del Ciclo Pequeña Voz- Miniaturas Teatrales / obra LA PLAZA DE LOS PONYS SALVAJES



PEQUEÑA VOZ, EL FESTIVAL.TEATRO HECHO CON POESIA. TIMBRE 4, 20 y 21 de febrero.
Este será y pido disculpas, un comentario parcial, de “Pequeña Voz, el Festival” ya que por dificultades mías, sumadas a problemas inherentes a la compra de localidades en Timbre 4, solo pude asistir el 20 y 21 de febrero.
Los planteos interdisciplinares enriquecen al teatro y a cualquier disciplina que en conjunción con lo teatral ofrezcan su producto casi original, casi al ritmo de la novedad, como en este caso lo hacen poesía y teatro.
Mariana Mazover ha pergeniado la idea de este bellísimo cruce. Ubicándose así en una valiosa tradición, donde ya es el segundo año de festival y tiene como antecedente “El Borde de sí mismo”. Ensayos entre el teatro y las artes visuales que en los años 2015 y 2016 tuviera lugar en el Museo de Arte Moderno con la curaduría de Alejandro Tantanian y Javier Villa (mi hijo).Esta magnífica experiencia, que halló su inspiración poética en Paul Celan ha incluido algunos de los directores y actores que hoy integran “Pequeña Voz”.
El trabajo en tanto tal, la creación interdisciplinar, no es nuevo y solía ser ocasional. Sin embargo la necesidad de ser pensado, surge en 1970 cuando se comienzan a investigar los motivos de la decepción y violencia que llevaron a los estudiantes al Mayo francés de 1968. Se plantean allí dos paradigmas o modos de relacionar los saberes uno sería una integración sumatoria cuyo modelo es el cine y sus grandes obras y el otro consistirá en la disgregación de saberes inter- disciplinas, música, teatro, literatura, poesía, pintura y lleva dentro de sí el empuje de la creación hacia algo nuevo, el acontecimiento o quiebre en el sentido de Badiou. Lejos, muy lejos se halla la transdisciplina que se pretendió impulsar en el FIBA que implica la desaparición de fronteras, la mundialización, la globalización, en suma las corporaciones también de antigua data como “la Compañía de Indias Orientales”, pasando por la “Standard Oíl” , llegando a la “Ford Motor Company”, o la actual Bioética Global y el Holismo Ambientalista.
Poetas independientes, argentinos y contemporáneos son sumergidos por directores independientes, argentinos y contemporáneos. No hay lectura, tampoco recitado, hay escucha, cuerpos entregados, movimientos, espacio y luces. 
Mariana Mazover reunió un conjunto de miniaturas teatrales: ocho directores fueron invitados a crear su dramaturgia a partir de libros de ocho poetas y con no menos de tres actores y no más de treinta minutos.
Martes 20:
“En la colonia agrícola” de Santiago Venturini surge un acierto, “Para poder llegar al futuro” del director/dramaturgo Ignacio Sánchez Mestre. No es un juego o si, pero muy jugado, recuerdos del ayer que se futurizan con eternas historias de provincia a las que somos tan afectos por la ineludible fe que el pasado provoca. Ariel Farace un director de teatro que trata a los materiales como escena, es una china de trenzas largas, piernas peludas y barba descuidada, es el Cuchu, pasmosa, bella actuación en lo excéntrico (no raro, sino fuera del centro), no es travesti, ni drag queen, es eso, estoae + - , el Cuchu que junto a Mariel Fernández y Sofía Saforido son los chicos y los grandes que recuerdan: el Danubio Azul, los 15 años “la iniciación sexual ¿existe?" Y un sentido homenaje a la paja. Solo se trasluce y bienvenido un poema de Venturini cuando aparece la bicicleta:
Yo tenía trece años. /
Iba a la escuela/
ponía la mesa/
y no paraba de pedalear./
Tanto/ que cuando mi mamá/
hizo su última transmisión/
desde la tierra/
y se despidió del mundo/
en la nave espacial de su cama,/
yo estaba subido a mi bicicleta/
pero mirando al cielo/ para verla despegar.
Miércoles 21
“Prendas” de Carlos Godoy, cordobés, poeta de lo cotidiano, de lo micro. Sus libros encierran la increíble mitología de lo diario, ha inspirado a Santiago Gobernori “De eso vivo”, cuando terminó me quedé pensando “pero también muero”.
Tres buenos actores, desde que los conocí no los había vuelto a ver juntos. Hermosos recuerdos de “La Hora Marrón” en la desaparecida Casona Iluminada.
Paula Pichersky, Julián Cabrera, Manuel Attwell aparentan ser una familia ¿lo son? Por de pronto en timbre 4, yo soy un arriesgado en hacer esta pregunta. Veamos… se acurrucan entre ellos, se rascan, los tres son rubios, de rulos, de peluca claro, que se sacan y se ponen, la abuela eje familiar? Está enferma, la internan, y está ahí.
Los tres actúan de hermanos ¿lo son? Paula parece la más incómoda se saca y se pone la peluca, mira a sus ¿qué? Es la que más duda, pero no lo confiesa enarbola el estandarte/peluca como resultado de ADN, porque no se convence. sufre y nos lo hace sentir a los espectadores.
Manuel es un cínico y lo demuestra y por eso lo adoramos ¿quién no quiere ser cínico? Sus razonamientos son irrefutables “No me gusta hablarle -a la abuela- sabiendo que no me va a responder “Parece que se va a morir” Muestra la hilacha, le interesa la guita…
Julián es un perversote sexual y como tal simpático y verosímil. En realidad es un actor multifaz. Le preocupa acabar y qué hacer con el semen y bueno…eyacular y pegar los papelitos. Julián da el tono exacto, ni exagera para el asco de algunoaes, ni se retrae para curiosidad de otroaes.
Santiago Gobernori acierta con su dramaturgia/dirección. He leído a Carlos Godoy y es muy clara la intersección. Muy buena.
También acá un poema de Carlos Godoy excelente (ultima parte).
La abuela decía
Untá la manteca,
no cortés pedazos.
Sacá el pito de la casita,
que quede bien lavado.
Cepillate también la lengua.
La raya va al medio,
al costado la usan los rebeldes
La plaza de los ponys salvajes.
Victoria Roland es una apuesta a la audacia, a partir de “Captcha” de Noe Vera escribe “La Plaza de los ponys salvajes”. 
Un nombre, una escena, papeles útiles, pero inútiles, la lengua tartajea no pronuncia, el súper solo deja olor, los poemas “de cuando yo era una mujer casada” ¿Cuándo? ayer, mañana, ahora????
La casa es un monstruo.
¿De qué hablan dos mujeres? Nadia Lozano, Flor Sánchez Elia
El público con DNI femenino ríe…goza.
El público con DNI masculino mira…piensa
Adjetivaciones ¿para qué? Antítesis de los ubicados…dice…psicópatas ¿existen?
Familia inocencia interrumpida ¿será?
En un momento se mueven, claro, hay música.
La guitarra es texto.
El guitarrista es cuerpo.
Felipe Barrozzo es actor, siempre estuvo…
Victoria Roland es salvaje.



Ivana Soto escribe sobre el Ciclo Pequeña Voz - Miniaturas Teatrales / obra La plaza de los ponys salvajes para Revista Ñ


Pequeña Voz

Cuando las palabras conquistan la 

carne


Del 19 al 28 de febrero, la poesía cobra materialidad escénica en un festival de teatro en Timbre 4.



La voz de poetas independientes contemporáneos por directores independientes contemporáneos. Palabras que no se escuchan ni se leen; se ven y se sienten en cuerpos, espacios y vestuarios, luces, objetos y alusiones. Algo de la necesidad de cruce entre dos mundos marginales sobrevuela la propuesta del festival Pequeña Voz, que existe desde hace tres años pero cuya fuerza e impulso se conjugan en una edición renovada que irá del 19 al 28 de este mes en ambas salas de Timbre 4.
El encuentro, a cargo de Mariana Mazover, consiste en un “diálogo y riña entre teatro y poesía”. Explorar qué surge de esa confluencia que propone un respeto exhaustivo por cada una de las palabras escritas pero no por su despliegue en la sucesión de hojas que conforman un libro. Desde el título a los datos de edición, de la dedicatoria a los poemas, todo vale. Pero no es poesía leída ni recitada. La aventura adquiere la forma de la libertad, que tiene, sin embargo, dos requisitos: en base a libros –entendidos como unidades– crear obras breves de media hora de duración y atomizar el yo imperante de la poesía con al menos tres actores en escena. El resultado es un ciclo central de ocho versiones de textos de ocho poetas por nueve directores (hay una dupla), distribuidas en cuatro dípticos alineados arbitrariamente por afinidad temática o estética.
Captcha de Noe Vera (Ediciones VOX, 2015) se escucha en La plaza de los ponys salvajes, con dirección de Victoria Roland. Dos actrices que funcionan como doppelgängers derraman palabras al aire como un “complot para el vacío”. Sus cuerpos redundan en “un depósito de metonimia” al son de juegos de palabras (“exit-éxito-excito-ex”), lanzados como un ping-pong, mientras leen, pegan, rompen papeles en un espacio vacío donde el blanco contrasta con el negro y el rugido de la guitarra eléctrica por un músico en escena empata con el crujir de la cinta de plástico cortada con los dientes de un tirón.
Prendas de Carlos Godoy (Gog y Magog, 2005) se convierte en la obra de Santiago Gobernori, De eso vivo: una compostura escénica que a primera vista rompe con toda solemnidad. Frente a un muñeco en terapia intensiva, tres actores con pelucas se escinden y multiplican como uno, dos, tres personajes cuya yuxtaposición activa el cinismo que las palabras por sí solas sugieren apenas.
En la colonia agrícola de Santiago Venturini (Iván Rosado, 2016) atraviesa los cuerpos de los actores como Para poder llegar al futuro, de Ignacio Sánchez Mestre. En la obra, los sintagmas se descomponen para reconstruir nuevos (en los que intervienen incluso las dedicatorias del libro), plasmados en un universo sutil y onírico propios del director. La narración es una sucesión de recuerdos con personajes que pertenecen a tiempos pasados con sus discursos y vestimentas, que se mueven pero no avanzan, y reviven una y otra vez las mismas historias para sí mismos y para otros imaginarios. Seres que ensayan, tal vez, viejas formas de sobrevivir.
Pero hay más: Féliz Bruzzone por Jorge Eiro; Martín Rodríguez según Flor Dyszel; Eloísa Oliva desde Cecilia Meijide; Cecilia Pavón a cargo de Ariel Sandez y Romi Sak; Francisco Garamona en el discurso escénico de Natalia Chami; Jonás Gómez por Sebastián Romero. Pero además del ciclo de miniaturas teatrales hechas con poesía, habrá lecturas en el bar (Pavón, Gabriela Bejerman, Laura Wittner, Clara Muschietti, Venturini y Nicolás Moguilevsky), fanzines, una feria de libros y el estreno de una obra larga: Ave del paraíso (Flor tropical), de Maruja Bustamante, sobre la obra de Bejerman; acompañada por las invitadas Todo piola, de Gustavo Tarrío, a partir de un poema de Mariano Blatt, y el show musical Pantomima de amor.
Como en un cadáver exquisito, cada director juega con las palabras a su gusto. Esa es la agudeza de la fusión de imaginarios: ante un mismo texto, no hay dos relatos escénicos iguales. Cada estructura genera operaciones y formatos impensados en el libro; cada signo cobra así sentidos ilimitados.
FICHA
Festival Pequeña Voz 
Cruce de 8 poetas con 9 directores 

Lugar: Timbre 4 (Boedo 640 y México 3554) 
Funciones: del 19 al 28 de febrero 
Programación completa en www.timbre4.com


LATFEM
Periodismo feminista

El teatro es el mundo es una mujer es una mostra

El mundo es más fuerte que yo es una obra de teatro que cuestiona los límites de la ficción, la situación del teatro en Argentina, los estereotipos, las identidades, las tramas de los afectos, entre una larga lista de cuestionamientos. “Volver al teatro una experiencia en la era de Netflix” es el desafío de lxs creadores Victoria Roland y Juan Coulasso. La propuesta escénica y las actuaciones son maravillosas, Victoria Roland hace una performance inolvidable. LatFem recomienda: 5 puñitos.

La mujer y la ficción aparecen hermanadas por una duda constante acerca de su sustancialidad ¿dónde empieza y dónde termina ser mujer, dónde empieza y dónde termina la ficción? En ambos casos el género es performance. Así como no hay un eterno femenino ineludible, no hay un destino o deber ser de la representación. Por ejemplo, dice la actriz: “esta obra es transgénero”.


“De mí depende hoy que en el futuro ningún​ bárbaro se pueda llevar impunemente a una mujer griega”, dice Ifigenia en El mundo es más fuerte que yo. Según el Catálogo de las mujeres, de Hesíodo, Ifigenia tenía hermosos tobillos; según el catálogo de mujeres que Victoria Roland presenta como rockstar agónica, Ifigenia, el símbolo del origen de lo que hoy conocemos como teatro, es apenas una de las identidades posibles de cualquier mujer y una de las formas posibles del teatro.
El espacio escénico es toda la sala de Roseti, quizás incluya el pasillo y la vereda. Describir formalmente se vuelve errático porque los límites acerca de qué está pensado dentro de la obra y qué afuera son engañosos. La asistente, Flor Sánchez Elia, y el director, Juan Coulasso, están en escena, también hay una batería y un baterista. El músico, Matías Coulasso, tiene una remera que dice ATSIRETAB, la asistente también: en su remera aparece espejado el nombre de su rol. Como escenografía hay un living de sillones desparejos y raídos. Sentada con los pies en el asiento está la actriz que mira inquisidora a quienes entran al espacio. Podría ser la ruina después de un terremoto, podría ser un tiempo mítico, un estado mental desquiciado. El mundo es más fuerte que yo es una obra de teatro que cuestiona los límites de la ficción, la situación actual del teatro, los estereotipos femeninos, etc etc etc etc.

EL CATÁLOGO DE LAS MUJERES
Un traje verde esmeralda que la yergue como heroína mítica, un micrófono con cable que la envuelve en una imagen de estrella del rockpop de los 2000, una batería en escena que suena como el pulso de un tren industrial son el contorno de una enumeración: “soy una puta, soy libertaria, soy una esclava, soy ama de casa, soy obrera, soy actriz, amante, etc, etc, etc”. Una larga lista, un catálogo de mujeres. Victoria Roland, la actriz que personifica, está tirada en el suelo, enroscada en sí misma. La lista de lo que una es, deviene, esconde, Roland la escribió de una sentada. “Yo soy todas las mujeres y a la vez una actriz puede actuar todas las mujeres. Ahí se espejan cosas más allá del teatro, eso es la vida misma, ¿qué identidad tenemos que portar y como la tenemos que portar? En lo ficcional uno puede ser quien quiera, pero también así es la vida”, dice Roland en conversación con LATFEM.
El catálogo de las mujeres aparece en un momento de masificación del feminismo y el movimiento de mujeres en la Argentina, un contexto que la actriz define como de “revolución subjetiva”. Pero no es este el único gesto feminista de la obra. Hay también un erotismo liberado, en continuidad con las experiencias más prosaicas.
En El mundo es más fuerte… la identidad individual y el teatro son existencias fluidas y abiertas, podemos decir: performances. La mujer y la ficción aparecen hermanadas por una duda constante acerca de su sustancialidad ¿dónde empieza y dónde termina ser mujer, dónde empieza y dónde termina la ficción? En ambos casos el género es performance. Así como no hay un eterno femenino ineludible, no hay un destino o deber ser de la representación. Por ejemplo, dice la actriz: “esta obra es transgénero”.
EL TRANSGÉNERO
“Sentíamos hastío y la sensación de que no podíamos seguir repitiendo los procesos creativos y que había una necesidad de punto de inflexión y repensar el teatro”, comenta Victoria Roland. En Buenos Aires, el mundo del teatro en muy prolífico, la carrera por producir más hace que se automaticen algunas prácticas. Las condiciones de producción del teatro off se volvieron análogas a las del teatro comercial. “Creamos la obra cansados del teatro”, dice Roland, desde ese lugar de hastío la obra reflexiona y busca deconstruir el hecho teatral. El trabajo conjunto de Juan Coulasso y Victoria Roland lleva 2 años: “en este tiempo nos diseccionamos, buscamos darle forma a una crisis con el teatro y preguntarnos qué nos pueden decir los grandes relatos, como Ifigenia, por ejemplo. Para qué vamos al teatro si afuera todo es un espectáculo. Son preguntas abiertas que la obra todo el tiempo se plantea”.
Para Victoria, la batería, tocada por Matías Coulasso, es fundamental para sacar a la obra del lugar del teatro clásico. La actriz que representa Roland debe interactuar con ruidos, con el pulso del instrumento: ”lo sentimos más como un recital, o como un ritual, un viaje de ayahuasca de teatro, otros formatos que no necesariamente son los del teatro”. Es en este sentido que la obra excede al teatro, a su pureza y la actriz la clasifica como “transgénero”. No es sólo performance, ni sólo biodrama, ni sólo autoficción, ni sólo teatro, ni un recital, es un espacio superpuesto a todas estas lógicas: “se caga en la pureza”.
LOS AFECTOS
Todas las presencias humanas en escena menos la actriz visten de negro. Son los elementos que al achinar los ojos la percepción debe borrar, como en un efecto especial de chroma, como en un truco de magos de pueblo. Son las partes que mueven los engranajes de un espectáculo pero no se ven. Los vínculos entre todos estos personajes son meramente funcionales. No tienen diálogos de humanos, no tienen siquiera nombres propios. La afectividad entre ellos está anulada, casi no se miran amorosamente, ni con compasión, hay, pareciera, un entendimiento tácito, pre-representacional. Se entienden sin nada.
Las espectadoras y los espectadores asistimos a estos vínculos casi empresariales. Y, por momentos, somos miradas con esos mismos ojos. “Vamos a drogar al público”, advierte Roland en una de las arrancadas monológicas. Pero no son las flores que transitan por el público sino la confusión bien lograda la que marea a las butacas. “Volver al teatro una experiencia en la era de Netflix”, dice Victoria, es el objetivo. Alguien del público, seleccionado caprichosamente por la actriz, ingresa a escena, hace el esfuerzo para que no pero sus mejillas estallan pudor. Le van a alcanzar un sillón para que se siente, en un espacio cotidiano esto se haría de forma intrascendente, acá la asistente lo trae de la forma más lenta posible, haciendo todo el esfuerzo físico por no apurar. La lentitud arbitraria frente a la velocidad extrema del mundo financiero, comunicacional y afectivo del capitalismo podría ser una forma de contrarrestar ese mundo que aunque más fuerte que una, es tentación e inclinación ética pelearle.

"la asistente" baila el terremoto.

 EL FIN DEL MUNDO

“De mi depende hoy que en el futuro ningún bárbaro se pueda llevar impunemente una mujer griega”, dice la actriz cuando representa a Ifigenia. A su traje confuso, entre victoriano, Lady Gaga y futurista, se suma una armadura hecha de arapos y sobras y una especie de escafandra. El mundo se está terminando, o está renaciendo, podría ser una escena de Brazil, de Terry Gilliam, las luces, el sonido colaboran para conformar un mundo devastado, caluroso, sin ley. Pero la actriz, frente a un mundo postapocalítico dice esa frase de Ifigenia, que nos remite a las mujeres robadas, a la desposesión de las mujeres de sus propias vidas. “Eso es re niunamenos, re feminista, uno no puede ver los cambios hoy pero en el futuro se va a mover algo”, dice Roland.
En un momento, tiene lugar un terremoto, se hace lugar un terremoto. Es una danza y un ataque sensorial, el sonido es apabullante. El fin del mundo es, ante todo, algo que se siente en el cuerpo. “Es un monstruo: es una obra física, sexual y conceptual”. Pero el fin del mundo no es algo muy claro: no se sabe si es verdad o mentira, si llueven escombros, si hay una razzia y si esto es una ficción que se prolongara a los minutos y los días por venir o si, efectivamente, el mundo es más fuerte que una.

El mundo es más fuerte que yo
Última función del año: sábado 25 de noviembre. Regresa en febrero.
18.30 hs en Roseti
ROSETI 722, REPÚBLICA DE CHACARITA
DURACIÓN DE LA OBRA: 80 MINUTOS.

E Q U I P O: 
ACTRIZ: VICTORIA ROLAND / ASISTENTE EN VIVO: FLOR SÁNCHEZ ELIA / BATERÍA EN VIVO: MATIAS COULASSO / ENTRENAMIENTO VOCAL Y ASESORAMIENTO ARTÍSTICO Y MUSICAL: BARBARA TOGANDER / ASESORAMIENTO COREOGRÁFICO Y COLABORACIÓN EN DIRECCIÓN: CARMEN PEREIRO NUMER / DIRECCIÓN DE ARTE Y DISEÑO DE VESTUARIO: ENDI RUIZ / REALIZACIÓN DE VESTUARIO: EMILIANA DE CRISTÓFARO Y LUISA VEGA / FOTOGRAFÍA: NORA LEZANO / ASISTENTE DE FOTOGRAFÍA: ALEJANDRO PIPPA / DISEÑO DE LUCES: MATIAS SENDON / REALIZACIÓN DE VIDEO Y TRAILERS: NADIA LOZANO / OPERADOR DE SONIDO: JOSÉ FELICIANO RAMIREZ / GESTIÓN DE SUBSIDIOS: BELEN COLUCCIO / COLABORACIÓN EN DIFUSIÓN: IGNACIO PEREYRA LEON / ASISTENTES DE DIRECCIÓN: NADIA LOZANO Y MARINA OLLARI / DISEÑO SONORO: MATIAS COULASSO / TEXTO: VICTORIA ROLAND Y JUAN COULASSO / DIRECCIÓN: JUAN COULASSO.



Entrevista a Victoria Roland en Geo Teatral Radio 
a propósito de EL MUNDO ES MÁS FUERTE QUE YO

















Teatro
Por Mercedes Méndez

El escenario como campo de batalla

“El mundo es más fuerte que yo”, de Juan Coulasso, busca superar las convenciones teatrales junto al espectador.














Performance. La obra invita al espectador a tomar decisiones sobre lo que vivencia. / 
Nora Lezano

Buscar algo que esté vivo. Si a gran parte de los artistas del último siglo los desveló hallar la verdad en el arte, ahora algunas obras insisten con algo todavía más directo: encontrar la vida, es decir, oponerse a todo lo que está muerto. En general, estas experiencias llegan del circuito más independiente y experimental. Un ejemplo de eso es lo que pasa los sábados por la tarde en la sala Roseti, en el corazón de Chacarita. El espectáculo El mundo es más fuerte que yo no se parece en nada a lo que se suele ver en los teatros y eso, en sí mismo, ya es algo a su favor.
Unas sillas tiradas y desparramadas por el espacio. No hay dónde sentarse. En un sillón, una mujer mira al público y le sonríe. Entre el desconcierto y el desorden, los espectadores ya tienen que accionar: agarrar una silla y ponerla sobre una tarima. Se escucha “Notturno” de Schubert. Una vez que el público está acomodado, la actriz Victoria Roland se presenta y anuncia lo que será la génesis del espectáculo, que escribió junto a Juan Coulasso, quien también dirige la obra y aparece en escena oficiando de lo que es: el director.
“El escenario es un campo de batalla. Ustedes, los espectadores, contra nosotros, los artistas. En apenas unos instantes, cuando esa batería suene bien fuerte, vamos a dar inicio a la representación, a esta guerra cuerpo a cuerpo entre realidad y ficción, todo lo que no es contra todo lo que es”. De esta tesis parte lo que sucede en el espectáculo: ¿Qué es lo que está vivo? ¿Dónde encontramos la realidad en la ficción? ¿Cómo se construyen las ficciones? ¿Qué sabemos de esta actriz que dice que si no actúa no existe? ¿Qué lugar ocupa el ego y la necesidad de deslumbrar al público? ¿Cuáles son las inseguridades de un director?
En un intento arrollador por superar las convenciones teatrales, El mundo es más fuerte que yo invita al espectador a mirar con sospecha todo lo que se plantea. Pero no desde un lugar de mentira. Al contrario, los propios artistas se muestran vulnerables, desconfiando de lo que ellos mismos hacen. Un ejemplo: el baterista y la asistente tienen una remera que indica su función, pero con las letras escritas al revés. De ahí a situaciones más sutiles, las condiciones de representación se ponen en jaque. La inseguridad que implica encontrar la realidad en la ficción aparece en la obra con frases como éstas: “Soy solo una actriz: repito las palabras de otros”, o “El público exige explicaciones sobre el argumento. Una deus ex machina hará su aparición desde el pisito de arriba, será mujer y diosa y dirá: “¿A quién se le ocurrió esta mierda de obra?”. Inventar una ficción para sentirse vivo, recrear un terremoto para que algo empiece a moverse; ésos son los intentos permanentes de esta actriz sobre el escenario, con la compañía cuidadosa y también insegura de su director, una asistente que la ayuda, la estimula y la hace vibrar, y un baterista que invade el espacio de una energía punk poderosa.
“Nuestra intención, que puede parecer pretenciosa, es la de inaugurar un gesto de ruptura. Frente a convenciones instituidas que nos parecen desgastadas, queremos introducir una transformación en las formas de representar, que está muy atenta al lugar que ocupa el público en el teatro”, dice Colulasso, director también de otra obra imponente como fue Cinthia interminable. Desde el comienzo hasta un final arrasador, que mejor no contarlo sino vivirlo como se busca en esta obra, el público debe tomar decisiones sobre lo que ve: elegir una silla, creer en la interpretación, participar de algunas invitaciones y hacerse cargo de esa mirada intimista y profunda que la actriz le dedica, en un momento, a cada uno de sus espectadores.
Su director vuelve a la idea de lo vivo: “Nuestra obra es un viaje hacia la imposibilidad de su realización. Un accidente. Pero sentimos que el público agradece esa sacudida, que pueden ver algo de la crisis que enfrentamos cuando ensayábamos la obra y que tenemos todo el tiempo con nuestra profesión, que pueden sentir que hay riesgos que son reales, que hay cosas que no manejamos, que igual que ellos, queremos sentir mucho y que, aunque fracasemos, estamos tratando de producir esa magia, encontrar la alquimia de la ficción”.
FICHA
El mundo es más fuerte que yo 

Autor: Juan Coulasso y Victoria Roland
Dirección: Juan Coulasso
Lugar: Roseti (Roseti 722)
Funciones: sábados de noviembre a las 18.30. Vuelve en 2018.





El mundo es más fuerte que yo : romper las estructuras



















Victoria Roland se lleva por delante esta imprescindible obra de Juan Coulasso que pretende quebrar con la dramaturgia tradicional en la búsqueda de otras narrativas

Desde que uno entra a la flamante Sala Roseti del director Juan Coulasso, se intuye que no se va a ver un espectáculo tradicional. 

Sillas amontonadas sobre el escenario y la solicitud de la asistente de que las tomemos y nos sentemos es el primer signo de que no solo vamos a ser testigos, sino también partícipes esenciales de toda la obra.

El mundo más fuerte que yo es indescriptible porque marca reglas que posiblemente nunca se cumplan. Es una anarquía satírica de cualquier concepto teatral. Una actriz -Victoria Roland- está en crisis como la Ifigenia que representa. Un diálogo con la cuarta pared, con el director y la asistente cumpliendo sus roles en escena y llevándolos a un extremo, personificando elementos donde se extiende su rol para armar conceptos o juegos que le sirven a la protagonista a través de extraños soliloquios que es la actuación y hasta donde se puede jugar con el público.

El mundo es más fuerte que yo genera preguntas de las que se burla al minuto y el resultado es inclasificable. Ejectable, pero atractivo, adrenalínico y sobretodo, adictivo, es un viaje que pretende generar incomodidad en el espectador y lo logra con genuinidad, aprovechando efectos luminosos, la música en vivo de Matias Coulasso -hermano del director- y la austeridad de la asistente.Hay violencia, hay sexo, hay sensualidad, pero también artificialidad, y en esa artificialidad, Roland deja la vida, en un tour de force desbordante de energía.

El mundo es más fuerte que yo es una alternativa ante tanta teatralidad que se ha congelado en el tiempo; una alternativa crítica ante tanto teatro esquemático y previsible. La búsqueda de los hermanos Coulasso y Roland trasciende el simple experimento. Es un trabajo con una meta simbólica que hará temblar los simientos -literales- de la posición del espectador dentro de cualquier espectáculo. Y a la vez es una reflexión sobre la actualidad, sobre la introducción del contexto en el proceso creativo, de involucrar la respuesta del público a la narrativa.

A la salida se siente la misma incomodidad que se percibía en la entrada. Que algo que vimos nos acaba de mover el piso, que algo no está bien en el mundo, que la teatralidad nos supera, que nosotros somos parte de la teatralidad y el arte es la verdad. O quizás sea todo un absurdo gigante, la mejor burla a los espectadores que se haya creado. 

Y no hay duda, ahí sí confirmamos la hipótesis: el mundo es más fuerte que yo.





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La “muerte” del teatro

Sobre El mundo es más fuerte que yo

Escrita por Manuel Ignacio Moyano



ph. Nora Lezano

Hacia el final de su afamado Homo sacer. El poder soberano y la vida desnuda, en un capítulo titulado “Politizar la muerte”, el filósofo italiano Giorgio Agamben se encarga de señalar cómo la fijación de la muerte biológica del cuerpo humano constituye un ejercicio pura y exclusivamente político. Así, retomando la disputa entre neurofisiólogos y médicos, muestra cómo los conceptos de “coma” y “ultracoma” vienen a desestabilizar los criterios tradicionales de fijación de la muerte. Se sabe: se concebía la muerte como el momento en que el corazón dejaba de latir y el sistema respiratorio, por tanto, se disolvía. Sin embargo, con las técnicas y tecnologías de reanimación (respiración artificial, circulación cardiaca mantenida por profusión endovenosas de adrenalina, control de la temperatura, etc.) así como las de transplante, la muerte ya no podía ser definida pura y exclusivamente como una detención del sistema cardio-respiratorio, pues gracias a la tecnología el mismo podría seguir funcionando. Se necesitaron, por lo tanto, nuevos criterios. Agamben explícita las consecuencias políticas de esta distorsión, puesto que la “hora” de la muerte constituye un elemento estrictamente jurídico donde el poder estatal recodifica toda una gama de derechos y obligaciones sobre el cuerpo del paciente (el caso más palpable es que cualquier intervención médica que se ejerza antes de haber sido declarada la hora de muerte corre el riesgo de constituir un “homicidio”). Es allí cuando emerge el concepto de “muerte cerebral” emerge como sustituto, que sería el límite de la vida puesto que el cerebro es el único órgano que no se puede transplantar. Sin embargo, se crea una gran paradoja puesto que puede suceder que algunos pacientes padezcan muerte cerebral y, gracias a las tecnologías de reanimación, sigan respirando así como manteniendo funciones vitales vegetativas (respiración, circulación, regulación de la temperatura, etc.). Esa es precisamente la situación del ultracomatoso, un “superviviente” que se sitúa entre dos criterios de muerte diversos: la muerte somática, que se fija según el funcionamiento del sistema respiratorio y cardiaco (que puede ser reanimado según diversas tecnologías), y la muerte cerebral, donde el entero cerebro deja de funcionar. Si bien la hora de la muerte sería, de allí en más, la concurrencia de “ambas” muertes, la paradoja se hace mucho más fuerte puesto que el caso de los “comatosos” señalaba que tanto la vida y la muerte dependían de la tecnología humana y su capacidad de reanimación. Son, por lo demás, archiconocidas las disputas político-legales en torno a los pacientes terminales que sufren muerte cerebral y siguen, sin embargo, “vivos” gracias a los aparatos técnicos de cuya conexión depende no solo su vida sino, en muchos países, la culpabilidad o inocencia de quienes lo asisten.

Es posible afirmar que el teatro, el arte occidental por excelencia, padece la misma paradoja: está muerto, pero no del todo (lo cual significa que Occidente está muerto, pero no del todo). Está en coma. La “obra” dirigida por Juan Coulasso, El mundo es más fuerte que yo, se coloca con especial cuidado en esta franja de supervivencia colocada entre las dos muertes. El camino elegido es el eterno dilema entre “realidad” y “ficción”. Veamos. Ingresamos a la sala y nada está listo todavía para que comience la representación, nada salvo la actriz (Victoria Roland). Todo señala el paso de algo así como un terremoto (la gráfica previa, las sillas desordenadas, la demora en hacer ingresar al público), terremoto que será repuesto luego “ficcionalmente”, para señalar que estamos asistiendo a un derrumbe, a un desmoronamiento, a una disolución. Precisamente, una muerte que no deja de acontecer. Los nombres que toman esas dos muertes, en los textos enunciados, son “realidad” y “ficción”. Claro que nombres acotados, tanto de uno como del otro, puesto que se concibe realidad como lo que es y ficción como lo que no es sino inventado. Pero, en tanto se coloca en medio de ambos, se señala la disolución de la frontera que los separa y define. La “obra”, o la presentación, abre así todos sus enunciados en esa eterna frontera del teatro, o la representación, y la realidad, o lo representable. La verbalización constante de todo aquello que están señalando se vuelve una marca distintiva, y agotadora, de la misma escena. El director, la asistente están en escena. No hay nada tras bambalinas, todo está ahí adelante, sin nada para ocultar. ¿No es eso precisamente la “muerte” del teatro? Sí, pero no del todo. Continuemos. La actriz nos habla, nos dice lo que va a hacer, lo que va a suceder, lo que va a representar, lo que no va a representar y que todo, pero todo lo que estamos viviendo en ese instante no es real, no es verdad, es ficción. Pero, Lacan lo enseñó, lo real no es la realidad. Precisamente, lo real es aquel agujero-imposible que señala que toda realidad es ficcional y toda ficción es real. La sala ya está lista y la actriz, que no deja de actuar, nos relata los pormenores de la construcción de la obra. Otra vez: el fin del teatro, pero ¡actuado! Es decir, todavía teatro. La asistente, Florencia Sánchez Elía, asiste y asedia a la actriz. Es el fantasma de toda actriz: la no actuación, aquello que asedia a cualquier “representante”. Matías Coulasso, hermano del director y dueño junto a él de la sala Roseti, espacio escénico donde se experimentan los límites del teatro, es el baterista, el dueño de una atmósfera de sonidos que atosigan la realidad, la ficción, la estructura del relato y la narrativa. En una palabra, que atosiga a la actriz. Hay momentos en que ella es vencida, quizás seducida, y decide entregar sus textos de actriz a las experiencias performáticas del sonido y crean una enorme vocalización del texto, que allí vale por cómo suena y no por aquello que dice. Claro: en medio de todo ello, empleando retazos de un texto clásico del teatro, Ifigenia en Áulide, del eterno Eurípides, padre de Occidente. Todo se compone de retazos, como si el cuerpo moribundo del teatro quisiera ser recompuesto al menos como un monstruo, como un collage que quiere seguir viviendo después de su muerte. Pero es la actriz la que sostiene ese hilo vital, ella es la técnica de reanimación que quiere sostener el teatro.
Hay un conflicto central (y trágico) que estructura toda la pieza: la actriz actúa y el resto (director, asistente, batería) la interrumpe. Pero “es todo mentira”, nos dicen los enunciados que no callan. La representación es interrumpida, recompuesta en collage y, para reafirmar la acción de reanimcación, se nos avisa de esa destrucción y recomposición del teatro, de Occidente, en casi todos los textos. Caben destacar los “momentos”: esas imágenes donde los materiales sonoros, visuales, plásticos, de vestuario, y de un anclaje mucho más perceptivo que activo, ya no se preguntan sobre qué es el teatro y quién fue y cómo es y cómo murió, sino que están ahí nada más que para estar ahí, como los seres, incluso no-humanos, que velan silenciosamente a los muertos. “Momentos” de una belleza que logran escapar a la “acción” de recomponer a un muerto-vivo. Son esos “momentos” donde otra forma-de-vida distinta al teatro es posible. “Momentos” de escena sin teatro. “Momentos-imágenes” de una calidez que arrolla con todos los presentes: la actriz, el director, el batero, la asistente y el público. Y es justamente allí donde la pieza se vuelve absolutamente ambigua: mientras que por un lado se encuentra asediada por una voluntad melancólica de reanimación, de sostenimiento de la vida de un semi-muerto; por el otro indaga e investiga en aquello que vive más allá del muerto en cuestión, esa otra vida. Pero esta ambigüedad es resultado del conflicto central, el de la actriz actuando y el del resto de los materiales interrumpiendo esa actuación.
El instante final es imagen-pura: el director no hace nada, solo gesticula, el ruido nos envuelve infernalmente, todos están ahí sin hacer nada, pero la sala parece cobrar vida propia y nos expulsa del teatro puesto que, como en los derrumbes, allí no hay nada para representar. El teatro está muerto: aceptémoslo e inventemos, o recordemos, otras formas, otras escenas.

Caminamos por Lacroze, es tarde, casi las 8 y media de la noche. Los edificios parecen esconderse de las miradas, las hojas de los árboles se ennegrecen por las sombras, son movidas por una suave brisa… y el infierno continúa…





























Una enorme necesidad de romper: 

“El mundo es más fuerte que yo”






























martes, 29 de agosto de 2017
Más allá de las convenciones. Sobre El mundo es más fuerte que yo
Más allá de las convenciones

Sobre El mundo es más fuerte que yo

Por Vivi Montes

El mundo es más fuerte que yo es uno de esos casos (que afortunadamente cada tanto acontecen) en los que el teatro se expresa como ritual. Llegar a una sala teatral en el barrio de Chacarita, hacer fila en la puerta esperando la hora indicada, el momento preciso para entrar, un pasillo angosto y finalmente el ingreso al espacio de la representación. El programa de mano advierte: el espectador que actúa de espectador es real. Entonces elegir una silla, no un lugar, una silla, cargarla, acomodarla en la platea y acomodarse. ¿Cuándo empieza la ficción? ¿Qué es la ficción? ¿Tiene final la ficción que desafía las convenciones?

En escena -la escena desconocida que no somos nosotros los espectadores que más o menos representamos un papel similar en todas las obras- una actriz, un director, una asistente y un músico. La actriz (Victoria Roland) despliega una potencia irrefrenable, transita todos los estados y pone en trance a la audiencia. El director (Juan Coulasso) es omnipresente, la asistente (Flor Sánchez Elía) multifunción y sus roles, casi siempre invisibles, toman cuerpo interviniendo en la acción. El baterista (Matías Coulasso) hace de los instrumentos musicales verdaderos instrumentos, medios para la obtención de sonidos diversos que se funden con la representación y no fines en sí mismos que al fin y al cabo solo podrían acompañar la escena. El vestuario de la actriz trasciende maravillosamente los diferentes tiempos que su actuación atraviesa, los restantes nos colocan en una situación de espejo frente a los artistas; el programa no miente, los vestuarios diseñados por Endi Ruiz aunque son reales, también son una representación. El producto final denota que todo fue trabajado, textos, voces, movimientos y se nota. El final merecería una reseña aparte, pero como no quiero arruinárselo a nadie y realmente vale la pena vivenciarlo, voy a callar al respecto.

Esta puesta, que a pesar de tener roles bien delimitados que forman un equipo de trabajo talentoso, se postula como la obra que no es ni será nunca de nadie. Si no es de nadie, ¿es de todos? Por eso la obra deviene ritual, lo que sucede en el tiempo que público y artistas comparten dentro de Roseti es que hay un vibrar común, un estar en vilo constante que derriba la cuarta pared y edifica sobre y con sus escombros. Acontece en El mundo es más fuerte que yo un caos organizado, placentero, que descoloca, sacude, desconfigura y reconfigura mundos e invita a los interrogantes que dan paso a los grandes procesos creativos.





E Q U I P O

ACTRIZ: VICTORIA ROLAND / ASISTENTE EN VIVO: FLOR SÁNCHEZ ELIA / BATERÍA EN VIVO: MATIAS COULASSO / ENTRENAMIENTO VOCAL Y ASESORAMIENTO ARTÍSTICO Y MUSICAL: BARBARA TOGANDER / ASESORAMIENTO COREOGRÁFICO Y COLABORACIÓN EN DIRECCIÓN: CARMEN PEREIRO NUMER / DIRECCIÓN DE ARTE Y DISEÑO DE VESTUARIO: ENDI RUIZ / REALIZACIÓN DE VESTUARIO: EMILIANA DE CRISTÓFARO Y LUISA VEGA / FOTOGRAFÍA: NORA LEZANO / ASISTENTE DE FOTOGRAFÍA: ALEJANDRO PIPPA / DISEÑO DE LUCES: MATIAS SENDON / REALIZACIÓN DE VIDEO Y TRAILERS: NADIA LOZANO / OPERADOR DE SONIDO: JOSÉ FELICIANO RAMIREZ / GESTIÓN DE SUBSIDIOS: BELEN COLUCCIO / COLABORACIÓN EN DIFUSIÓN:IGNACIO PEREYRA LEON / ASISTENTES DE DIRECCIÓN: NADIA LOZANO Y MARINA OLLARI / DISEÑO SONORO: MATIAS COULASSO / TEXTO: VICTORIA ROLAND Y JUAN COULASSO / DIRECCIÓN: JUAN COULASSO.

Funciones: Sábados 18:30hs
Roseti (Roseti 722 – C.A.B.A)




LA ESCENA COMO CAMPO DE BATALLA

El mundo es más fuerte que yo es la nueva obra del director Juan Coulasso y se puede ver en Roseti, su sala ubicada en el barrio de Chacarita. Acompañado por un gran equipo, arma en escena un campo de batalla que persiste en un loop infinito. 


Al ingresar a la sala de Roseti vemos que las sillas están apiladas en diferentes lugares del espacio y las tarimas de madera en la platea están vacías. Surge la duda sobre cómo y dónde ubicarse: ¿Las sillas son parte de la escenografía? ¿Nos quedamos parados sobre la tarima? Nuestros movimientos de espectadores torpes y obedientes son parte de la obra, que comenzó a nuestras espaldas y nos interpela desde el minuto cero. Algo colectivo comienza a suceder: un espectador mira al otro, alguien toma una silla y se acomoda, otros se ayudan entre sí y susurran. No es fácil encontrar nuestro lugar en la sala —ni en el mundo— y una vez ubicados, la actriz (Victoria Roland) nos confirmará que no puede garantizarnos que todo esto vaya a resultar cómodo. La actriz-atleta de mil caras, voces y gestos, también advierte: “Yo no puedo garantizarles que haya una sola cosa que sea verdad en esta obra”. Sus palabras desencadenan los diferentes momentos de la obra, como un torbellino de fragmentos en medio de un terremoto.

La actriz, el baterista (Matías Coulasso), la asistente (Flor Sánchez Elia) y el director (Juan Coulasso) conviven en un espacio fronterizo entre la representación y la presencia, en tránsito entre la ficción y la realidad: ¿Dónde están los actores? ¿Dónde está la obra? pregunta Flor Sánchez Elia antes del final. Ella acarrea el mobiliario de las escenas con esfuerzo ante la mirada inmóvil de otros miembros del grupo. La jerarquía estricta y el divismo también existen en el teatro independiente, un aspecto que muchas veces se tapa con abrazos tras la emoción de la función. La asistente respeta perfectamente cada pie de escena, es metódica, pero esto no le impide prender un faso en la mitad de la función y compartirlo con todos los presentes. 

Victoria Roland, poetisa en trance, encarna a todas las mujeres y se ofrece para ser sacrificada como Ifigenia. A diferencia de cualquier experiencia teatral tranquilizadoramente predecible, en El mundo es más fuerte que yo, actores y espectadores se brindan por completo, porque resulta imposible estar ante una actriz como Roland sin entregar nuestra sensibilidad. La representación se pone en duda, se quiebra y estalla para que veamos sus hilos, su mecanismo ideológico.

Ante las formas aprendidas de los esquemas de representación, esta obra está desesperadamente viva y transmite una experiencia de derrumbe en plena consonancia con nuestra realidad. En tiempos de posverdad, resulta central poner a la representación en medio del campo de batalla. Necesitamos comunicarnos con otros para acomodarnos en la sala, chequear si entra o ignorarlo. Puede resultar incómodo salir del ensimismamiento, pero indefectiblemente hay que mirar al otro. No es teatro on demand, no es teatro a la carta, no se consume, no es lo que el espectador necesita. Al contrario, los espectadores ofrecen algo de sí mismos para que todo suceda: en este intercambio se desarrolla una obra que no nos deja indiferentes y que aturde con su elocuencia.

del











¿QUÉEl mundo es más fuerte que yo.
¿CUÁNDOLos sábado a las 18:30 horas (Hasta el 25/11).
¿DÓNDE? ROSETI (Roseti 722, CABA).
¿CUÁNTO? Entradas a $150.




26 de julio de 2017                TEATRO/ CULTURAS

El mundo es más fuerte que yo



Hace unos años, el director de teatro Juan Coulasso entró a escena con "Cynthia Interminable", una obra que explora las relaciones de familia alrededor de una mesa - a la vez zona de peligro y campo de batalla - donde todos los vínculos se ponen en jaque atravesados por una gramática del discurso televisivo de las series de los´80. Ahora estrena "El Mundo es más fuerte que yo", donde apunta a los bordes del sentido de la ficción. Es en Roseti 722, Ciudad de Buenos Aires, los sábados a las 18.30, ese momento en que la luz se acaba de ir y en el que se fue del todo. Por Andrés Manrique, para ANRed.

Un aturdido sismógrafo

Entendimos que ya nada podía pronunciarse sobre el presente si no era volviéndonos a levantar después de que todo hubiera caído. Habría que convertirse para ser. La identidad no está dada ni es fija. No hay más opción que ser aquello que inventamos. La otra, será quedarse girando en el vacío como un sonámbulo alrededor de los escombros o, en el mejor de los casos, esperando a que te elijan para responder sí, no o tal vez.

Si nos dicen puntual, llegamos antes.

Minutos antes de la hora pautada, una cola espera en la puerta de Roseti. Llego con mi hijo que va a cumplir once años en tres meses. Después resulta que lo cago a pedos cuando en el desayuno del lunes quiere que sea viernes. Pero necesito que crezca, pienso. Yo soy el que quiere que tenga 11 ó 20. ¿Y cuando tenga 20, tendré chances de que aún le interese mi mundo? Porque hoy me sale mal ir al suyo y a la vez lo necesito cerca del mío. El mundo que él me invita está demasiado lleno de Pikachus. Su mundo ya es más fuerte que yo, pero yo llevo más tiempo juzgándolo que participando de él. ¿Chocan los mundos?

Dan sala.

Las sillas están patas arriba, colgadas de la pared, clavadas en el aire, armando pequeñas arboladuras en medio del mar. De fondo hay voces que vienen de otro tiempo como una reverberación de ese Roseti que es sala y es teatro y abriga decenas de ensayos y clases a la semana: las paredes nos hablan. Las sillas no son sillas: son arañas que nos pican, que se pueden clavar y mordernos la piel.

Nos acomodamos a la orilla de las tarimas, intentamos no tocar el equilibrio de las sillas en falsa escuadra. Cosas y personas convivimos en riesgo hasta que la asistente, Flor Sánchez Elía, y el director, Juan Coulasso, empiezan a organizar el espacio, a zurcirlo, a normalizarlo. Las sillas empiezan a tomar el lugar de las personas arriba de las tarimas y las personas de golpe estamos sentadas en las sillas: los dados están echados.

Voy al grano: el tema no es el desencuentro entre la ficción y la realidad, el blanco al que apunta parece ser el mundo que nos mueve el piso, que manifiesta su inquietud, su frenesí. Que se aleja de nosotros, vertiginosamente. De este nosotros que ya no sabe del todo cómo encajar. Personas y mundo se incordian. La medida de la fuerza habla del desencuentro. El mundo no se mide por su fuerza, pero como no lo entendemos vamos al gimnasio mientras allí afuera todo se achica y se deforma y el mundo se queda dando vueltas tembloroso en un espacio que no lo contiene. Entonces el terremoto, el momento en que el todo desborda a las partes y las semifusas desmenuzan el espacio como un cardumen de pirañas.

Las identidades, las máscaras cambian tanto como los mil y un rudimentos que el baterista; Matías Coulasso, despliega en escena. El espacio escénico recupera un lugar entre los espectadores y puede aparecer Ifigenia, Victoria o la actriz (Victoria Roland) que hace de una u otra. Y es el terremoto arrancándonos la comodidad porque elige a cualquiera y a cualquier cosa para transformarla en sí, en no, en tal vez. Estamos obligados ahora a correr alrededor nuestro o tendremos que abandonar la comodidad para entender algo de esta fuerza.

La batería contrasta con el romanticismo de Schubert, con el clima terso en la voz de Victoria. La música no acompaña ni es un personaje más, mentiras. La música es la verdadera voz, el sonido y la furia de los tambores y los platillos con tachuelas son el desconsolado balbuceo de este mundo.

Entonces me arrepiento, desearía inventarme una señal que me conjure, que me agrupe, que me haga sentir cerca de otros, gregario. Aunque la de la cruz me atrofie el brazo, aunque haya olvidado para qué lado va la del espíritu santo. Cómo hago para protegerlo, me pregunto, si yo lo metí acá. Si yo lo invité a este tembladeral a él que tiene sólo diez años. Si yo lo invité a este mundo.

Se abren las cortinas, se encienden las luces de emergencia en el pasillo. Escapamos rápido. Ya no sé cuánto más me va a aguantar la realidad.
Lo mejor será pensar que fue un accidente.

Ficha Técnica:
ACTRIZ: VICTORIA ROLAND / ASISTENTE EN VIVO: FLOR SÁNCHEZ ELIA / BATERÍA EN VIVO: MATIAS COULASSO / ENTRENAMIENTO VOCAL Y ASESORAMIENTO ARTÍSTICO Y MUSICAL: BARBARA TOGANDER / ASESORAMIENTO COREOGRÁFICO Y COLABORACIÓN EN DIRECCIÓN: CARMEN PEREIRO NUMER / DIRECCIÓN DE ARTE Y DISEÑO DE VESTUARIO: ENDI RUIZ / REALIZACIÓN DE VESTUARIO: EMILIANA DE CRISTÓFARO Y LUISA VEGA / FOTOGRAFÍA: NORA LEZANO / ASISTENTE DE FOTOGRAFÍA: ALEJANDRO PIPPA / DISEÑO DE LUCES: MATIAS SENDON / REALIZACIÓN DE VIDEO Y TRAILERS: NADIA LOZANO / OPERADOR DE SONIDO: JOSÉ FELICIANO RAMIREZ / GESTIÓN DE SUBSIDIOS: BELEN COLUCCIO / COLABORACIÓN EN DIFUSIÓN: IGNACIO PEREYRA LEON / ASISTENTES DE DIRECCIÓN: NADIA LOZANO Y MARINA OLLARI / DISEÑO SONORO: MATIAS COULASSO / TEXTO: VICTORIA ROLAND Y JUAN COULASSO / DIRECCIÓN: JUAN COULASSO.


Una intensa experiencia performática en Chacarita

La representación, protagonista de El mundo es más fuerte que yo

SÁBADO 08 DE JULIO DE 2017 alejandro cruz 
LA NACION



Las fotos de Nora Lozano, en sintonía.


Seis y media de la tarde del sábado. Roseti 722. Ahí, aunque sólo un minicartel lo delate, está la sala Roseti. A la hora indicada, se abre la puerta de esta casa de Chacarita devenida en teatro. Pasillo largo. Larga fila de espectadores. Al final, está la sala misma. Ahí, en el espacio central convertido en espacio escénico, hay sillas apiladas mientras un supuesto personal de sala observa la situación en plan tan distante como contenedor. No hay dónde sentarse. O sí: quizás agarrar una de las sillas y ponerla acá. O más allá en las tarimas. Todo es un tanto confuso. Llegado el momento, expresión imprecisa si las hay, quedamos sentados después de haber buscado el lugar en el mundo en donde apoyar el trasero. Comienza El mundo es más fuerte que yo. No, en verdad ya había comenzado: la espera, el pasillo, la sensación de desconcierto y el desorden en busca de su orden era la primera escena aunque uno recién se dé cuenta ahora, aunque recién me dé cuenta ahora.
Hay una actriz. Hay un baterista. Hay una asistente. El que parecía personal de sala es, en verdad, el director. Está vestido íntegramente de negro. El baterista también está de negro, como la asistente. El músico tiene una remera que dice "baterista", pero escrito en sentido en inverso. Nada es casual. Suena Schubert.
Lo primero que hace la actriz es preguntar al público: "¿Todos tienen su silla?" Sí, todos (aunque nadie ahora lo diga). Tras cartón, viene un largo parlamento. Por ejemplo, dice: "Todo lo que ves va a dejar de ser y todo lo que no es va a comenzar a ser". Suena pretencioso. Lo es.
Y vendrá un nuevo kilómetro cero de esta performance de momentos arrolladores, ensordecedores, desconcertantes y mágicos mientras, afuera, se pone el sol, y, adentro, la actriz será Ifigenia en Áulide y será la víctima de un terremoto que nunca vivió y será un terremoto en sí mismo y será una convulsionada mujer/actriz en estado de trance y será la hija del rey Agamenón y de la reina Clitemnestra y será, es, una performer que transpira actuación.
En ese tren de desdoblamiento, el baterista será actor, la asistente será bailarina de un break alucinado como una correcta asistente que sirve un té que es whisky y que es whisky de ficción y el director será como una especie de Tadeusz Kantor que susurra al oído de la actriz, que la observa, que le da indicaciones, que se convierte en maestro orquesta casi en silencio. Y habrá una persona del público, elegida al azar ("no, lo elegiré por cuestiones estéticas", se corrige la perfomer que transpira actuación) que se sentará en unos sillones tan desvencijados como perfectos ubicados en un territorio en constante reconstrucción y con líneas argumentales entrecruzadas. "La ficción es lo único real en mí", dice ella en un momento. Y cuando dice eso, el texto ya no es pretencioso. Es real. Y viene un final que ni vale la pena narrar, pero que tiene el signo contrario de aquel impreciso kilómetro cero.

Lo cierto es que en la República de Chacarita, como machaca ella, luego de un largo pasillo, sucede algo intenso, caótico y diáfano en medio de una puesta de un rigor extremo, de unas partes y un todo pensando hasta la obsesión.
El mundo es más fuerte que yo tiene textos de Victoria Roland. Ella es también la arrolladora protagonista de esta historia dirigida por Juan Coulasso. Él fue el director de Cinthia interminable (esa maravillosa obra estrenada en la Bienal de Arte Joven). Matías Coulasso es el baterista, el performer. Flor Sánchez Elía es la asistente y la bailarina. Y hay otros asistentes (reales), y están las fotos de Nora Lezano en el programa de mano y de prensa que amplía el escenario de lo ficcional, y las luces de Matías Sendón, la dirección de arte de Endi Ruiz, la colaboración en dirección de Carmen Pereiro Numer y alguien del público que tendrá su respetuoso minuto de fama en un tarde/noche en la que la representación es la única protagonista en esa casona ubicada en Chacarita.




EL MUNDO ES MAS FUERTE QUE YO. ¿CUAL MUNDO?
Teatro Roseti . Función 10 de junio 2017.
Por Anibal Villa Segura.

“Años ha….el andar a caballo en los Cerros del Tafi dejó enseñanzas sensibles. A los dos mil metros ya es montaña pelada, achaparrada la vegetación y cercano el cielo. Cruzas una nube cerrada y prendida de la tierra, todo se oscurece, no se ve ni la cabeza del caballo, es momento de soltar las riendas y permitir al que llaman, noble bruto pueda ejercer su sabiduría, no hay pánico, pero hay silencio. Un rato, para que una luz y un destello anuncien la claridad, una vez más el bruto que camina lentamente relincha, mueve la bella cabeza, mientras la potencia del sol enceguece. En una mañana sucede varias veces, hay que soltar y dejarse llevar, luego conducir, mas luego volver a soltar y así cada rato.
Domingo 10 de junio. “El Mundo es más fuerte que yo”. Roseti. No es un teatro, es una casa detrás de otra, accedes por un largo pasillo, respiras bocanadas de teatro, algo irreal. No es una sala, sillas prolijamente dadas vueltas. En un rincón algo que pretende ser una batería. Un baterista que no es, acomoda y ordena instrumentos que si son, pero el baterista ¿es o no es? objetivamente no es, pero se lo conoce, se sabe que se llama Matias Coulasso y que es… ¿entonces? Una asistente que tampoco es, objetivamente, se moverá todo el tiempo y asistirá pero el dato es que “no es”. Después sabremos que se llama Flor Sanchez Elia: re buena conexión con nosotros, el público. La actriz, bella, seductora, teatral, histriónica, increpadora, contestataria y con un fantástico enganche con el espectador es Victoria Roland, conocida pero no tanto. Buenísima actriz, lo digo por si no fui claro. Finalmente alguien nuevo en los escenarios de estos pagos, el director Juan Coulasso, lindo chongo estará todo el tiempo dando vueltas dirigiendo o actuando que dirige; aparentemente muy atento a la actriz, al baterista, a la asistente, a las luces, rabilleando con el ojo al público al que parece no dar bola, pero sí. ¿Se entiende por qué pensé en los Cerros del Tafi? Desde el nombre al que di vueltas varias veces antes de entrar, porque es una obviedad: el mundo siempre es más fuerte. Claro no hacerse los boludos, el pensamiento obvio es el más potente de todos, no tiene intermediación (la metonimia que le dicen). Si sumamos además, un baterista que nos indican que está en reversa, al igual que la asistente, una actriz contestaría y muy seductora y un director que por ser la primera vez, es como aquellos bichos que aparecen de golpe; desconcierta. Uno se acostumbró a la ridícula escena donde los actores arrastran a un tímido director al borde del escenario para que salude y al final se termina escapando, ¡Bienvenido Juan Coulasso! De paso comparte la dramaturgia con Victoria Roland, la actriz. Si…si hay dramaturgia. El clima es de comodidad, nadie esta incómodo, quizás porque estamos en medio de una nube de… esperando la luz. Y viene para mí, la luz del sol, en una voz en off que empieza con la carnadura parlante, acompañada por la batería magnifica, estruendosa, altisonante y penetrante, que es lo que pido yo. De pronto una música simbólicamente compacta al estilo de “Pompa y Circunstancia “de Edward Elgar, con reminiscencia de Wagner y Brahms estructura un momento, un segundo ¿Qué es el tiempo? Y comienza briosamente Victoria Roland, y con esto dejo la metáfora del caballo y de Tafi. Ya han tirado un desafío, el director que parece medio entre tirano y dictador, propone a través de la voz en off, una medición de fuerzas entre la ficción y la realidad. Los que quieran irse se pueden ir, se les devuelve el dinero. Nadie se mueve. De paso y solidariamente el que quiera dejar de leer esta nota, éste es el momento…nunca sabré el resultado. Recuerdo cuando Juan estrenó “Cinthia Interminable” recalqué en el comentario que le hice, que aquella obra empezaba con el grito: “Esta es la maldita vida real”. Digo… porque después de dos años en vez de mandar lo real a la mierda, propone una medición de fuerzas. Bocha de coherencia, señor director. A partir de que salió la luz cambié de la tercera a la segunda persona (suelen aparecer sujetados de la gramática). Soy admirador y seguidor de Macedonio Fernández que en su libro “El Museo de la Novela de la Eterna” dirá: “Todo pensar, todo imaginar, recordar y prever es ensueño, y esto ocupa parte principal de la vigilia, en tanto que en el dormir nada hay de vigilia y sí de ensueño…”, luego rematará “y en muchos instantes de la vigilia caemos en el soñar vivaz en que imaginamos, actuamos y sentimos con la intensidad del ensueño en el dormir.” Toma de lugar (no es lo mismo que posición). Si no la viste y tenés práctica en tolerar incertidumbres, reservá urgente. Si tenes dudas arriésgate; tomar decisiones, que siempre serán ficcionales, es muy importante en la vida, por ejemplo saber a quién votar ¿y si…? es así. Victoria Roland se reivindica como actriz y putita, esta es su única obra y nosotros somos el único público. Es tan buena (¿ya lo dije?) que más que actriz parece a esta altura de la obra, una esclava que a no dudarlo todo el mundo apreciara como una gran entrega, yo agrego que te toca el alma por eso señalé el enganche que genera. Juan Coulasso ha introducido un cuestionamiento fundamental dentro del teatro. Hasta ahora el altar del cuerpo, era objeto de las advocaciones de actores y directores, el chongo director y esto lo entendí, al promediar la obra, ha llegado a una instancia en la que el trabajo es en el cuerpo y la voz de los espectadores. Nos copertenecemos verdaderamente, porque logra que podamos suprimir parte de nuestra educación y la por demás civilizada compostura que nos afecta. Voy a hacer una confesión, como de secreto de alcoba. Aparentemente me pasaron una consigna equivocada, en ese momento yo estaba dividido entre seguir la obra y cumplir con la consigna, cuando Juan vino a solucionar el tema, ensayó algo de disculpas, yo sin mucha preocupación le respondí que ya era un personaje de ficción. No doy más detalles porque sería revelar contenidos. Sorry. El trabajo con el público es indudablemente proteiforme y ad latere de cada función. (latinajo que tiene varios sentidos: al lado, subordinado, etc.). Juan salta con energía a Bertolt Brecht, Vsévolod Meyerhold o Konstantin Stanislavski que bucearon en el tema y se va a los orígenes, a Grecia. Victoria se vuelve Ifigenia en Aulide, la hija de Agamenón, y una víctima más de la Guerra de Troya en el drama de Eurípides. Es quizás uno de los mejores momentos. También hay algo del orden del padecer o quizás de la bronca, existe una particular y fuerte relación entre Juan y Victoria y nosotros quedamos afuera mirando, momentos que quizás se puedan calibrar, siempre que la obra no se perjudique. El final es increíble, ya en la calle nos quedamos con un grupo de gente boludeando, lo cierto es que no nos podíamos ir, yo adopté mi ropaje civilizado, educado y quizás patriarcal, me quedo para saludar a Juan, o conocer a Victoria ¡merde! lo cierto es que estaba pegoteado y me llevo un rato sacarme el pegamento. Y me fui a eso que llaman mundo…"


"La obra, un accidente."

mecagoenlabohemia.blogspot.com/ por Macarena Trigo



¿Cuánto crece una obra en dos meses y medio? ¿Cómo medir ese crecimiento?  Hace dos meses y medio presenciamos un ensayo de El mundo es más fuerte que yo. La puerta de Roseti se abría después de más de dos años para compartir ese trabajo y la criatura palpitaba un entusiasmo febril. Sin luces, ni vestuario, ni final ni… Era un regalo honesto e inagotable. Reposada la impresión del primer cuerpo a cuerpo, volvimos a verla para renovar la experiencia acumulada. 

¿Dónde ponemos la expectativa al entrar en una sala de teatro? ¿Y al volver a una obra? ¿Qué buscamos? ¿Qué se desea? Sobre todo, que no nos decepcionen, que no roben nuestro escaso tiempo con algo que no. Y, por supuesto, que aquello, lo que fuere, esté tan vivo que me obligue a quedarme ahí, que tome mi mente y mi cuerpo y los vacíe llenándolos de algo más. Poder salir de esa obra, de esa sala, con el ánimo restaurado, con un poco de entusiasmo que cauterice el resto del sindios. Eso es ir al teatro y lo demás, sociales. En la república de Roseti trabajan arduo para ese umbral de expectativa no decaiga. 

El mundo es más fuerte que yo, quizá, pienso ahora, hoy, no quiere ser una obra de teatro. Pero es un bicho de. No quiere ser una trampa, una elipsis donde el público envejezca. Su naturaleza es la de un campo de pruebas, territorio abierto al que se nos invita y donde todo se presta a correcciones, cambios. Una de sus grandes virtudes es que capitaliza en el instante cuanto sucede y eso, sin duda, la mantendrá viva mientras su equipo la ampare. En cualquier momento puede suceder algo inesperado que modificará la puesta, quizá para siempre, y eso, el accidente, es tan bienvenido como deseado.

Nada es lo que parece. Ni el espacio, ni nuestra llegada, ni los roles asignados en remeras. El mundo está lleno de significantes agotados, de cosas que son sin estar, de acuerdos tácitos y absurdos. El pacto ficcional, esa convención vapuleada, esa anestesia… ¿Puede quebrarse? ¿Cómo? ¿Qué hay que hacer para que la ficción se rompa? ¿Dónde está la fisura que permite ir y volver? Y, en última y primera instancia, ¿qué nos importa más? ¿Nos define la realidad que nos rodea o la ficción a donde escapamos? La ficción que nos consume y consumimos, ¿acaso no nos (pre)ocupa más que la vida? ¿Dónde vivimos más y mejor?

El mundo es más fuerte que yo no necesita ser una obra de teatro más. Es un ensayo práctico, un experimento escénico que aspira a involucrarnos medularmente. Su programa así lo sugiere: "La cooperativa está inscripta en ACTORES con el número de orden: 21061. Una vez finalizada la obra, ustedes deberán inscribirse en la misma y cobrar el porcentaje correspondiente por la función que acaban de representar.”

La dirección de Juan Coulasso exprime las paradojas de la literalidad hasta las últimas consecuencias. Nos convierte en sus actores por obra y gracia de su concepción del hecho escénico como un acontecimiento limítrofe e incierto. Su puesta en escena nos recuerda, nos obliga a recordar, que no hay punto de vista adecuado. Ver o no ver, escuchar o no, aplaudir o no, son convenciones prescindibles si el bicho teatral está vivo. “No hay obra”, nos recuerdan una y otra vez, un guiño a Lynch, sí, pero, sobre todo, un regalo para nosotros, el público. Un público personaje al que se apela con inteligencia honestidad y humor. 

La no-obra comienza varias veces. Mientras el público se acomoda, su dinámica resuena en el audio de un ensayo. La sala se nos abre de una forma y se nos entrega en otra. Nos exigen atención desde el vamos. Miren, esta podría ser la puesta, pero no. Este podría ser el espacio, pero no. No sólo. Vos estás ahí pero también acá. Nada nos separa. La incertidumbre nos acosa.

En esta poética de ensayo sobre el quehacer teatral no hay rol menor, sin embargo, es el vínculo entre la actriz y el director, omnipresente en la puesta como una parodia de sí mismo y de todos los directores que en el mundo son y han sido, el que se desarrolla casi sin palabras. Mientras la actriz, una generosa y explosiva Victoria Roland, verbaliza la evidencia de esa relación tan tortuosa como necesaria,  contemplamos como, por momentos, su cuerpo y su voz se transforman en materia informe al servicio de una búsqueda vital, una comunión energética. La actuación concebida como un umbral de entrega, de intimidad tan absoluta como pública. El rol de actriz cuestionado como una extensión física y mental del director.

¿Qué es un director de teatro a fin de cuentas? ¿Cuál es su trabajo exactamente? Por suerte, a nadie le interesa una respuesta unívoca.


Hay más, tanto y mucho más sobre lo que puede escribirse y se escribirá en torno a esta producción de Roseti. Lo importante, de más está decirlo, es el acontecimiento. La cosecha de preguntas y sensaciones - el eco de la percusión en el cuerpo, por ejemplo - que cada quien se lleva al abandonar la sala como un actor más: obligado por la dirección. 



El mundo es más fuerte que yo

Texto: Juan Coulasso, Victoria Roland
Actúan: Victoria Roland, Flor Sánchez Elía
Músicos: Matías Coulasso
Diseño de vestuario: Endi Ruiz
Diseño de luces: Matías Sendón
Diseño sonoro: Matías Coulasso
Realización de vestuario: Emiliana De Cristofaro, Luisa Vega
Video y trailer:  Nadia Lozano
Operación de sonido: José Feliciano Ramirez
Fotografía: Nora Lezano
Asesoramiento coreográfico: Carmen Pereiro Numer
Entrenamiento vocal y asesoramiento musical y artístico: Bárbara Togander
Asistencia de dirección: Nadia Lozano, Marina Ollari
Dirección de arte: Endi Ruiz
Colaboración en dirección: Carmen Pereiro Numer
Dirección: Juan Coulasso

Roseti

Roseti 722

Sábados 18.30h